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¿Qué se puede hacer?

Por AYN RAND

Ensayo incluido en su libro Filosofía: ¿Quién la necesita?.

Esta es una pregunta que con frecuencia se hacen las personas a las que les preocupa el estado en que está el mundo actual y quisieran mejorarlo. Por lo general, surge de tal modo que indica la causa de su desesperanza: ¿Qué puede hacer una persona? Cuando estaba preparando este artículo, recibí una carta de un lector que presentaba este problema (falso) de una forma aún más elocuente: “¿Cómo puede un individuo difundir su filosofía en una escala lo suficientemente grande que produzca la inmensa cantidad de cambios que se necesitan en los diversos ámbitos de la vida de los norteamericanos para crear el tipo de país ideal que uno se imagina?” Si formulamos la pregunta de esta manera, la respuesta es simple: No se puede. Nadie puede cambiar un país solo. Por lo tanto, la primera pregunta que debemos hacernos es: ¿Por qué la gente aborda el problema de esa manera? Supongamos que usted fuera un médico en medio de una epidemia. De ninguna manera podría decir: “¿Cómo puede un sólo médico atender a millones de pacientes y restablecer la salud de todo el país?” Sabría que, ya sea en forma particular o como parte de una campaña de salud organizada, usted tendría que tratar a la mayor cantidad de personas posible, de acuerdo con su capacidad y que no podría hacer nada más. Es uno de los vestigios de filosofía mística —especialmente, de la que separa el cuerpo de la mente— que las personas enfoquen los temas intelectuales de una forma diferente a la que utilizarían para abordar un problema físico. Se necesita presentar un argumento consistente cuando se enfrentan o discuten determinados temas.

Si a usted le gustan las deducciones (siempre que tenga en cuenta su significado completo), diría que, para la pregunta “¿qué se puede hacer?” la respuesta es: “Hablar” (siempre que sepa lo que está diciendo). Algunas sugerencias: no espere una audiencia nacional. Hable en cualquier espacio que esté a su alcance, grande o pequeño. Hable con sus amigos, sus socios, las organizaciones profesionales a las que pertenece o en cualquier foro público que sea legítimo. Nunca se sabe cuando las palabras que uno dice llegan a la mente indicada en el momento preciso. No verá resultados inmediatos, pero es a partir de estas actividades que se desarrolla la opinión pública. No deje pasar una oportunidad de expresar su punto de vista sobre los temas importantes. Escriba cartas a los editores de los diarios y de las revistas o a los programas de radio y televisión y, sobre todo, a los congresistas (que dependen de sus electores). Si sus cartas son breves y razonables (en lugar de incoherentes y exaltadas), causarán más efecto del que usted se imagina. Por doquier hay oportunidades para hablar.

Le sugiero el siguiente experimento: Haga un “inventario” ideológico de una semana. Es decir, fíjese si las personas que formulan nociones políticas, sociales y morales incorrectas como si fueran verdades absolutas y evidentes cuentan con su aprobación silenciosa. Luego, ensaye objetar tales afirmaciones. No, no es necesario pronunciar largos discursos, que por lo general no son apropiados, sino tan solo decir: “No estoy de acuerdo” (y estar preparado a explicar por qué, si su interlocutor quiere saberlo). Esta es una de las mejores maneras de frenar la divulgación de comentarios malintencionados (si su interlocutor actúa de buena fe, su comentario lo enriquecerá; en caso contrario, se llamará un poco a sosiego). En especial, no se quede callado cuando sus propios valores e ideas estén siendo atacados. No haga proselitismo indiscriminado, es decir, no imponga discusiones o debates con personas que no están interesadas o no están dispuestas a intercambiar opiniones. Su trabajo no es salvar todas las almas. Si hace las cosas que están a su alcance, no se sentirá culpable por no haber hecho —“de alguna manera”— las que no lo están. Sobre todo, no se una a los grupos o movimientos ideológicos equivocados por el solo hecho de “hacer algo”. Con ideológicos, me refiero aquí a los grupos o movimientos que proclaman objetivos políticos vagos, generales, indefinidos (y generalmente contradictorios) como por ejemplo el Partido Conservador, que subordina la razón a la fe y sustituye el Capitalismo con la teocracia, o el de los hippies “libertarios”, que subordinan la razón a los caprichos y sustituyen el Capitalismo con la anarquía. Unirse a dichos grupos implica echar por tierra el valor de nuestra filosofía y trocar nuestros principios fundamentales por una acción política superficial destinada a fracasar. Significa que uno contribuye a la derrota de sus propias ideas y a la victoria de sus enemigos. (Sobre las razones, véase “La anatomía del compromiso” (“The Anatomy of Compromise”) de mi libro Capitalismo: El ideal desconocido (Capitalism: The Unknown Ideal.)

Los únicos grupos a los que uno se puede integrar de manera adecuada en la actualidad son los comités ad hoc. Es decir, grupos organizados para lograr un objetivo único, específico, claro y definido sobre el cual personas de ideas diversas se pueden poner de acuerdo. En esos casos, nadie puede intentar atribuir sus ideas a todos los miembros, ni utilizar al grupo para con un objetivo ideológico oculto (y esto es algo que hay que cuidar muy, muy bien). Estoy omitiendo la contribución más importante que se puede realizar a un movimiento intelectual: La escritura. Y la omito porque esta discusión está dirigida a personas de todas las profesiones. Los libros, ensayos y artículos constituyen el combustible permanente de un movimiento. No obstante, es más que inútil intentar convertirse en escritor tan solo por “la causa”. Escribir, al igual que cualquier otro trabajo, es una profesión y debe ser considerada como tal. Sería un error de su parte pensar que un movimiento intelectual requiere una tarea especial o un sacrificio personal. Requiere algo mucho más difícil: la convicción profunda de que las ideas son importantes para usted y para su vida. Si usted logra integrar esa convicción en todos los aspectos de su vida, encontrará muchas oportunidades de iluminar a otros.

El lector cuya carta cité nos indica la forma correcta de proceder: “Como profesor de astronomía, durante muchos años, me dediqué activamente a demostrarles a mis estudiantes el poder de la razón y el absolutismo de la realidad. También me esforcé en mostrarles sus trabajos a mis colegas discutiendo posteriormente su lectura, cada que resultaba posible y me empeñé en utilizar la razón en cada una de mis situaciones personales”. Estas son las cosas que se deben hacer, tan a menudo como sea posible y en la mayor cantidad de ámbitos que sea posible. Sin embargo, la pregunta de ese lector implica la búsqueda de una solución más rápida a modo de movimiento organizado. No hay soluciones rápidas.

Es demasiado tarde para un movimiento de personas que sostenga una mezcla convencional de nociones filosóficas contradictorias y es demasiado temprano para un movimiento de personas que desarrollen una filosofía de la razón. Sin embargo, nunca es demasiado tarde o demasiado temprano para propagar las ideas correctas, excepto en el caso de que haya una dictadura. Si alguna vez se instaurara una dictadura en este país, sería por culpa de los que guardaron silencio. Todavía poseemos la suficiente Libertad como para hablar. ¿Tenemos tiempo? Nadie lo puede decir. Pero está de nuestro lado, porque poseemos un arma indestructible y un aliado invencible (si es que aprendemos a utilizarlos): La razón y la realidad.

Aclárate. Publicado: 16-ENE-2013.

Ayn Rand, seudónimo de Alisa Zinovievna Rosenbaum (San Petersburgo, 1905 – Nueva York, 1982), filósofa y escritora estadounidense de origen ruso, ampliamente conocida por haber escrito los bestsellers El manantial y La rebelión de Atlas, y por haber desarrollado un sistema filosófico al que denominó Objetivismo.

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