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Los chavistas también votan

Por LUIS MARÍN

Los demócratas, que tomaron como ingeniosa consigna “hay que mojar el chiquito”, tienen sus propias y muy loables razones para exaltar el voto; el problema es que olvidan que las elecciones las organiza el gobierno y que sus partidarios también votan, por razones muy diferentes e incluso contrarias a las de ellos.

Ambos concurren al mismo acto con motivaciones opuestas: unos, para defender la democracia y la libertad; los otros, para implantar el Comunismo o Socialismo Real, el Totalitarismo. Entre ambos, ¿quién tiene la razón?

Dicen los demócratas que lo hacen porque “no saben hacer otra cosa,” pero además porque es de su propia esencia, las elecciones son el sancta sanctórum de la democracia. Pero por su parte los chavistas, que no son demócratas, votan igual, con el agravante de que son los dueños del patio, la pelota, el bate, ponen las reglas, los árbitros y las cervezas.

Lo extraordinario es que a éstos el voto no los dignifica, no pueden exhibir “el chiquito manchado” como un glorioso estandarte, signo indeleble de cultura cívica, de respeto al derecho ajeno, de convicción democrática y pluralista.

Alguien debe estar equivocado, porque o los dos son demócratas o ninguno de los dos lo son, o bien el voto no sirve como distintivo.

La verdad que no se quiere ver es que el voto, en sí mismo, no es ningún símbolo de superioridad moral, no sirve para distinguir a nadie, ni es nada para sentirse orgulloso, ni emblema de libertad, democracia y respeto.

No hay nada sagrado en el voto, que es sólo un instrumento, completamente adjetivo, para tomar ciertas decisiones, y que, por cierto, tampoco brinda ninguna garantía de que la decisión sea buena, simplemente porque se llegó a ella mediante una elección; tanto menos cuando se trata de un mecanismo turbio, amañado y deshonesto.

En Venezuela se ha desvirtuado el voto en muchos sentidos. El más obvio es que se le pretende utilizar para aprobar imposibles, justificar arbitrariedades, francas violaciones no ya a la Constitución y las leyes sino a la lógica y al sentido común.

Como cuando se sometió a referéndum la llamada “reforma constitucional” para establecer la reelección indefinida. Dejando a un lado la pregunta, que era por sí sola un asalto a la Razón, el ventajismo y todo lo que ya se sabe del sistema electoral, lo cierto es que en los Principios Generales de la Constitución se dice que el gobierno es y será siempre “alternativo.” ¿Cómo puede decirse luego que, no obstante, los gobernantes podrán reelegirse indefinidamente?

Lo que diferencia a la República de la Monarquía es precisamente la alternabilidad en el cargo del Jefe de Estado. Si éste es vitalicio o hereditario, como en Cuba, Libia, Siria, Corea del Norte y semejantes, no puede hablarse de república, aunque se recurra al manido argumento de “consultar al pueblo.”

Así como las elecciones no sirven para resolver divergencias filosóficas, científicas o de conocimiento en general, tampoco sirven para legitimar arbitrariedades e incluso crímenes, como si se sometiera a votación la abolición de los derechos humanos, como la propiedad y libertad de los individuos.

El voto utilizado como un arma, exactamente como cualquier otra arma, puede servir para salvar vidas o asesinar, proteger la propiedad o robar, dependiendo de quién la tenga en sus manos. Así que el problema no es el arma sino quien la use y para qué, si para la defensa o la agresión, si para la libertad o la opresión.

En conclusión, una consigna apropiada bien podría ser: “De elección en elección, avanza la revolución.”

Aclárate. Publicado: 03-OCT-2010.

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