Culmina la Semana Santa. Es santa por la dedicación de los católicos a la memoria del Hijo de Dios y si ustedes ven o escuchan a los medios de comunicación, estarán observando o escuchando del inmenso número de creyentes, de venezolanos que se congregan en las iglesias, en los sitios de oración, en todas partes con las caras arrobadas de santidad, ojos de yo no fui, golpes de pecho más fuertes que un tambor chino y plegarias mas gloriosas que un día de la madre.
Y en Venezuela ya pasamos la marejada de las procesiones cuando la nación se transforma en un solo convento y el olor de santidad nos hace creer que estamos es en el cielo. La Venezuela religiosa, la santa, la beata, la espiritual forma parte de ese mundo católico que desde el Vaticano hasta la más pequeña de las poblaciones elevará el incienso para indicar su compromiso de ser buenos.
Y eso es lo que sorprende, que todo un "mundo" católico año tras año esté llorando sus tribulaciones, que cada año veamos a los miles de personas levitando y que eso no se sienta ni se vea reflejado en nuestro comportamiento. Creo que en esas largas procesiones, las kilométricas misas, las indefinidas plegarias nos cruzamos todos con militares, políticos, jueces, maestros, policías, monjas, prostitutas, gays, médicos, abogados, reinas, violadores, periodistas, futbolistas, concejales, diputados, madres, niños, lagartos, culebras y miles de seres que, parece, en ese momento y solo en esos momentos, somos buenos.
Porque si ese fervor para pedir perdón, para buscar el bien dejara algo no teníamos por qué estar tan mal. Y es que el mal no es el demonio, ese diablo con cachos, rabo y rojo, el mal y el llamado pecado está en hacer las cosas con doble sentido, es engañar al amigo, es demorar un contrato, cobrar con sobreprecios, es tener ganancias altísimas, es todo eso que hacemos que hacen daño a los que nos rodean. Es que el daño no necesariamente tiene que ser directo para ser malo, una acción nuestra puede afectar indirectamente a muchos y como no los vemos nos sentimos realizados pero ese hecho de maldad nos sigue llevando a vivir en un país, en unas ciudades que calificamos de invivibles.
Acaso no es pecado ¿robarse los reales del pueblo, ofrecer y no cumplir? pecado que lleva hasta la muerte. ¿Y que tal las motos? ¿No están pecando así sea por falta de educación? Y los que creen que con unas órdenes, que terminan en persecuciones medievales, arreglarán todo, ¿no pecan?
Peca el que demora un papel, el que amontona permisos, el que inventa trámites, el que le mete 30 años de cárcel a comisarios inocentes por retaliación política, el que impide con sus exigencias absurdas que las cosas se hagan fácilmente. Si cada uno de nosotros tomara un papel y anotara esos pequeños pecados que nos hacen la vida un calvario, nos daríamos cuenta que esos pecadillos, además de insignificantes para el que los comete, llegan a ser verdaderos impedimentos y se convierten en causa de otros pecados más fuertes. ¿O es que no son pecado esas largas colas de reclamantes de todos los servicios por errores mínimos, pero que además son mal atendidos? ¿No es un pecado contra todos, la respuesta por medio de maquinitas que nos dejan con ganas de pecar mortalmente? ¿Los que se niegan a atender cuando los vemos leyendo periódicos, revistas, pintándose las uñas, comiendo, charlando por el celular, resolviendo crucigramas o chateando mientras las colas crecen?
Los pecados modernos no aparecen en la confesión aunque son los que más nos están afectando, porque si tratáramos de ser justos, de hacer las cosas lo mejor posible, de dar lo mejor de todos, no tendríamos zonas de invasión y no tendríamos que hablar de estrato cero, que dicen que no existe, para no hablar de miseria y menos oiríamos a unos industriales proponer, como solución económica el ajuste del salario mínimo, mientras ellos, grandes pecadores y los primeros en estar en las iglesias, les lavan los pies y hasta llevan las andas, tienen todas las prebendas del mundo. No alcanzan ni a ser Judas porque al lado de ellos este es un santo.
Se que es un sueño y malo además, el creer que pasada la Semana Santa todos esos que vimos golpeándose el pecho, han cambiado y estarán, cada uno en su lugar, tratando de no pecar y de remediar sus pecados para que todos, sumando, empezáramos a ver que sí, la Semana santa, la muerte de ese Jesús, hijo de Dios, sirvió para algo más que repetir año tras año lo mismo, mientras nada cambia por esa muerte.
Que no quede todo en la parafernalia de los cirios, el incienso, las vestimentas, procesiones y diatribas, sino que algo cambie realmente para el bien común venezolano y así podamos subir todos al cielo, o como siempre. ¿Seguiremos pecando?
Aclárate. Publicado: 11-ABR-2009.
Brito Caballero es doctora en Psicología y Ciencias de la Educación, y es profesora jubilada de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador.