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Mentiras oficiales

Por LUIS MARÍN

Que Venezuela y Cuba sean “la misma cosa,” Castro dixit, sólo puede entenderse como que aquí ya existe una tiranía totalitaria comunista y que estamos a un paso de la confederación con “la isla mártir.” Un solo partido, un solo jefe, una verdad oficial, que es como en la fábula de Orwell se llama a la propaganda.

La aspiración más alta del socialismo es construir una nueva la realidad, esta es la traducción vulgar del enunciado “los pueblos hacen la historia,” que toman como patente para inferir que esa historia puede ser lo que a ellos les venga en gana.

El fundamento filosófico, si se puede llamar así, de esta pretensión desmesurada es la famosa número 11 de las “Tesis sobre Feuerbach” del catecismo marxista, que debería encabezar un compendio de las más célebres frases estúpidas: “Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de distintos modos; de lo que se trata es de transformarlo.”

La verdad, no se ve cómo se pueda “no transformar” el mundo, ni cómo es que pudo transformarse antes de que hubiera filósofos, o marxistas. Es ciertamente estúpido proponer como tarea lo que de todas maneras tiene que ocurrir, con el agravante que el marxismo postula el fatal desenvolvimiento de la historia, que debe cumplirse independientemente de la voluntad del hombre, por lo que lo mejor que podrían hacer los comunistas es no hacer nada, para no interferir en su curso inevitable.

Pero desde su perspectiva, los comunistas no pueden percibir la realidad sino como un obstáculo que vencer y el futuro como una invención, como una creación que debe realizarse mediante el poder de la organización y la propaganda. La verdad es un asunto convencional, que depende, como todas las cosas, del nudo poder político o, dicho de otro modo, es una “verdad burguesa” a la que oponen su “verdad revolucionaria.”

Los dictadores totalitarios se ofenden en grado sumo cuando les presentan a un sujeto como criminal, porque ¿quién autoriza llamar a alguien criminal? El único que puede tomar esta decisión es él, porque ser criminal es un problema no de lo que el sujeto haya hecho o dejado de hacer, sino de una decisión política. Así, estos criminales resultan ser héroes de la revolución y deben ser exaltados. En cambio, los nuevos criminales son la elite empresarial, la jerarquía eclesiástica, los jefes de la policía u otros representantes de las antiguas “clases dominantes”. A esto se llama en español castizo “voltear la tortilla.”

Lo curioso es que los delincuentes siguen siendo delincuentes aunque ahora les pongan uniformes de la policía o los incorporen al ejército. Esto explica que más de la mitad de los crímenes que se comenten en el país son perpetrados por funcionarios. Una manga de chiflados, fanáticos y oportunistas, puestos a manejar ministerios, institutos autónomos y empresas del estado, resultan ser insuperablemente incompetentes, ignorantes, negligentes y corruptos, depredadores del erario público.

La mentalidad dominante es la mentalidad del hampa: El negacionismo. No hay grupos armados apoyando al gobierno, no hay comida podrida, no hay muertos en la morgue; todo es producto de una conspiración mediática contrarrevolucionaria.

La política oficial es la desinformación, por un lado se cierran las fuentes, nadie está autorizado para declarar, ni hay respuesta al ciudadano; pero por otro, cualquier inexactitud, ambigüedad, declaración extraoficial, es descalificada como falsa, inexacta, exagerada, manipulada, tergiversada, fuera de contexto. Si un punto no es verdadero, entonces nada es verdadero. Si algo no es exacto, quien lo afirma es un mentiroso y todo lo demás que diga, por evidente que sea, también es mentira. Es la falacia de generalización.

Cuando se oye a un ministro declarar en el caso del señor Franklin Brito, moribundo por una prolongada huelga de hambre, que el Estado nunca ha expropiado sus tierras, ni hubo robo, usurpación, confiscación, ocupación ilícita, ni lícita por acto oficial, ni afectación alguna, como dicen algunos medios privados que se han hecho eco, etcétera, se está a un paso de decir que el mismo señor Brito tampoco existe, que es una creación de los medios en contubernio con el Departamento de Estado para desprestigiar a la revolución.

O aquella presidenta del Instituto del Menor decir en una manifestación contra el diario El Nacional, que pedían un procedimiento penal en la Fiscalía General contra ese periódico en protección de los niños y adolescentes, dañados por una foto de la morgue publicada en primera plana, sabiendo que todo eso es una grotesca mentira; porque en Venezuela los fines de la dictadura siempre se encubren detrás de algún loable propósito, siempre se persigue por algún motivo inventado, nunca se declara lo que es en verdad.

Alejandro Peña Esclusa fue sacado de su casa de noche, delante de su esposa y sus menores hijas, bajo la acusación de terrorismo, aunque nunca ha cometido ningún acto de ese tipo y todo quien lo conoce sabe que esa no es la línea de Alejandro; pero le sembraron explosivos en el gabinete de su hija de ocho años.

La incriminación procede de un supuesto terrorista salvadoreño de apellido Chávez Abarca, que con la misma fue enviado a Cuba. Extraña que el bojote que salió de aquí iba embozado de manera que no se podía ver quién era, en un bimotor con siglas visibles; pero el que llegó a Cuba iba a cara descubierta, rozagante, saliendo de un jet tres turbinas. Luego, se lo tragó la tierra y no se supo más de él; pero Peña Esclusa sigue preso y su familia en zozobra.

Las acusaciones son un insulto al sentido común, pero parece que en éste, como en muchos otros casos, el propósito es desconcertar a la vez que intimidar, demostrar que el régimen puede hacer lo que le dé la gana y no hay defensa posible frente a la arbitrariedad.

Unos policías que calumnian descaradamente a los detenidos, unos locutores de televisión pública que sin ningún escrúpulo difaman a las víctimas, no son mentirosos comunes; ellos forman parte de un mecanismo que pretende construir una realidad ficticia e imponerla a fuerza de organización y propaganda. Es la vieja fórmula nacionalsocialista, copiada al carbón por Stalin y Castro.

La realidad se vuelve esquiva, inconsistente: Nadie sabe a qué atenerse. Este es el caldo de cultivo de la inseguridad más absoluta, cuyo último escaño es el terror, el terror rojo.

Aclárate. Publicado: 26-AGO-2010.

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