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La revolución busca matar varios pájaros con la misma bala

Por FRANCO FONTANA

En la cálida tarde marabina del 12 de marzo de 2007, un alumno de 10 años jugaba con sus compañeros de quinto grado en el patio de una unidad educativa en el Sector Cuatricentenario, vía Los Bucares. Su papá vino a buscarlo. Era hora de irse a casa.

Camino al hogar, se desviaron hasta un centro comercial en la vía a comprar algunas cosas. Como a las 8 p.m. retoman la ruta a casa. A la altura del sector Los Plataneros un vehículo Chevette los pasa por la derecha y los intercepta frente al llenadero de agua. Del pequeño carro color blanco descienden dos individuos apuntando armas de fuego y se dirigen uno a cada lado. Obviamente se trataba de un asalto más de los cientos que ocurren en cada rincón del país todos los días. De inmediato y sin cruzar palabras, el individuo del lado derecho dispara a la ventana. La bala alcanzó al niño enla frente, cayendo este sobre el muslo de su padre. Al verle la frente ensangrentada, el papá acelera la camioneta pick up subiendo dos ruedas por encima de la acera y logra así escapar.

Con desespero de padre viendo a su hijo literalmente desangrarse encima de él, el señor comienza la frustrante peregrinación por la cual caminan cientos de venezolanos todos los días. "Papi, me duele mucho," el niño dijo. "Tranquilo hijo, es un rasguño y ya vamos para que un doctor te cure," le respondió el padre para no alarmarlo.

En la primera clínica que encuentra en el camino — La Sagrada Familia — el padre se detiene. No ofrecían cuidados intensivos, pero cualquier cosa tenía que ser mejor que en un módulo de Barrio Adentro donde unos paramédicos cubanos dicen poder curar todo con acetaminophen. Mientras que tratan de localizar otra clínica con una cama disponible en su unidad de cuidados intensivos (UCI), Sebastiano pierde el conocimiento.

A las 3 a.m. trasladan al niño en ambulancia a otra clínica en el centro de Maracaibo donde ingresa ya casi sin signos vitales. De inmediato lo ponen en UCI y lo conectan a todos los aparatos disponibles.

El neurocirujano de la clínica recibe al menor sin signos vitales, pero vivo gracias a los aparatos. "Lamentablemente con este cuadro no hay mucho que hacer. No hay nada que yo pueda hacer," el galeno dijo.

Lo cierto del caso es que ninguna familia nunca se imagina estar frente a la disyuntiva de tener que decidir si disconectar a un ser querido de unos aparatos que le mantienen vivo. Una vez desconectado y cuando se esperaba por lo peor, el niño comenzó a respirar por si solo y con el pasar de los minutos fue reaccionando positivamente — su pulso y presión mejoraron, sus pupilas reaccionaron a la luz.

Pero aún estaba grave. Necesitaba una operación de emergencia para remover la bala de su cerebro. Después de casi dos horas salió de quirófano y sólo quedaba esperar. La bala extraída era de 9 mm.

El niño fue mantenido en una coma inducida por 72 horas, para evitarle emociones fuertes y que descanse un poco antes de comenzar su nueva vida (no necesariamente la de hombre nuevo del Socialismo de Siglo XXI). Los eventos de esa noche cambiaron la vida del niño y la de su familia para siempre, de la misma forma como cambian la vida de cientos de venezolanos cada día.

Este niño nos regala la moraleja de que nunca hay que darse por vencidos, ni aún en los peores momentos, ni siquiera cuando los expertos dicen que no hay más nada que hacer.

Desafortunadamente la revolución pacífica seguirá castigando con verdadera y real violencia los hogares menos esperados, pero también los más comunes y cercanos. Aquellos quienes corran con mejor suerte les quedará una cuenta médica por unos cuantos millones, como fue el caso de esta familia marabina. Desafortunadamente hay otros hogares menos afortunados como el de David Martínez, un joven albañil de 16 años, a quien confundieron con alguien, se lo llevaron y al siguiente día sus familiares le recogieron en la morgue muerto con más de 100 balas en su cuerpo. A la mamá de Martínez, una humilde mujer de Urica, Estado Anzoátegui, le quedaron los gastos fúnebres y el dolor de una madre que pierde un hijo. Peor aún, hay familias a quienes les quedan las cuentas médicas, las fúnebres y por supuesto que el dolor de la pérdida de un ser querido también.

¿Qué precio tienen la agonía, incertidumbre e impotencia que se viven a cada hora a las puertas de las salas de emergencia; a las puertas de las morgues; a las puertas de cada uno de estos hogares del país? Como siga así de pacífica esta revolución, muy pronto estarán enterrando a la gente en fosas comunes como sucede en regímenes socialistas.

Aclárate. Publicado: 13-MAR-2007.

Fontana es abogado y columnista.

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