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El deterioro de la educación pública

Por CARLOS BALL

No hay nada más costoso que la educación pública "gratuita." Si no lo cree, pregunte — cómo yo lo he hecho a recién graduados de bachillerato de escuelas públicas de Florida — quién fue Bismarck o Mussolini y la respuesta casi siempre será una mirada vidriosa, si es que no le aseguran que formaban parte de un grupo de música rock.

Y, desde luego, que no se trata de falta de dinero. Quizás las peores escuelas públicas de Estados Unidos están en Washington, D.C., donde el costo por estudiante es casi 10.000 dólares al año.

El costo promedio de estudiar primaria y secundaria en colegios católicos de Estados Unidos es 2.178 dólares anuales versus un costo promedio por estudiante de 6.459 dólares al año en las escuelas públicas. Pero la gran diferencia, según una investigación de la organización Rand, es que en las escuelas católicas se gradúan 95 por ciento de los estudiantes, mientras que sólo la mitad llegan a graduarse en las escuelas públicas. Y 85 por ciento de los graduados de colegios católicos toman los exámenes de admisión universitaria (examen de aptitud escolástica, SAT), mientras que apenas cinco por ciento de los graduados de escuelas públicas toman esos mismos exámenes.

En los colegios católicos la enseñanza es tradicional. Los muchachos aprenden a leer, a escribir, a expresar sus ideas con frases completas y, además, toman cursos difíciles como física, álgebra, geometría, trigonometría e idiomas extranjeros.

Cada vez que se plantean estas impresionantes diferencias, los funcionarios educacionales y los sindicatos de maestros saltan a decir que muchos estudiantes de la clase media y alta, con padres mejor educados, van a colegios privados, mientras que las escuelas públicas aceptan a todos.

No obstante, según Diane Ratitch, de la Universidad de Nueva York, 92 por ciento de los estudiantes en colegios católicos que toman clases de álgebra son hijos de gente que no fue a la universidad.

El deterioro de la educación pública en parte se debe a una creciente intromisión de la política, lo cual ha conducido a la explosión de cursos que poco o nada tienen que ver con la educación básica de los muchachos, su preparación para ganarse la vida o convertirlos en ciudadanos que aporten a la sociedad. Así vemos la proliferación de cursos sobre el medio ambiente, las drogas, el sexo, el SIDA, cursos de autoestima para que se sientan bien aunque sepan poco, cursos para aprender a manejar, cursos de "concienciación cultural" para que los jóvenes aprecien la historia y cultura de las minorías étnicas, etc.

Entonces, entre matricularse para una clase de trigonometría o de supuestamente aprender a decir "no a las drogas," ¿cuál es más probable que sea escogida por la mayoría de los jóvenes?

Se ha convertido en un importante objetivo para cada nuevo grupo de activistas lograr que su tema favorito sea "enseñado" en las escuelas públicas y los presupuestos estatales de educación especifican cuánto se debe gastar en cada área, atando las manos a los educadores que sí quieren enseñarles algo de valor a los estudiantes. El difunto senador Ted Kennedy insistía que las "escuelas del futuro" se ocuparán de problemas sociales, tales como el abuso de drogas por parte de los padres y la salud de los niños.

Esta comedia de errores ha convertido a un creciente sector de la educación pública en un gigantesco estacionamiento, donde por ser sitios relativamente seguros, los padres estacionan a sus hijos durante las horas de trabajo.

A pesar de que los salarios que pagan los colegios católicos están entre 20-40 por ciento por debajo de los de las escuelas públicas, muchos maestros prefieren y encuentran más satisfactorio enseñar en colegios católicos, donde hay disciplina, se respeta al profesor, hay mayor interacción con los padres y mayor autonomía en la selección de programas de estudio y libros de texto.

La educación de nuestros hijos es algo demasiado importante para dejarlo en manos de políticos, funcionarios públicos, sindicalistas y activistas.

Cortesía del Cato Institute. Publicado: 03-DIC-2010.

Ball es periodista venezolano, director de la Agencia de Prensa AIPE y académico asociado del Cato Institute.

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