Los gobiernos omnipotentes crean delincuencia
Por JORGE VALÍN
En una encuesta televisiva preguntaron por la calle a transeúntes cuál creían que era, según su parecer, el aumento de la delincuencia. Las respuestas fueron muy variadas, pero hubo una de especial; una anciana dijo que culpa del aumento de la criminalidad "lo tiene una especie que ahora está en extinción: El hombre."
Si esta frase la hubiese dicho alguno de los actuales defensores de la libertad como Pierre Lemieux, Walter Block o Bruce Benson, habría sido ampliamente repetido en varios artículos. Ciertamente, cualquier individuo de hoy día intenta omitir sus responsabilidades hacia su propiedad privada, creen que no son ellos quien se han de defender, sino que es el Estado el que tiene esta obligación moral. Si algún maleante se acerca a un hombre medio pidiéndole su cartera, dañándole o violando su propiedad privada su actitud será de sumisión. Para él la culpa no la tendrá el maleante o su propia incapacidad para saber defender lo que es suyo, sino el Estado que no extiende suficiente policía sobre el terreno. Esta falta de individualidad y consecuente aumento de la inseguridad, que caracteriza nuestra sociedad occidental no es un proceso aleatorio de la historia o de la evolución humana, sino de la omnipotencia del Estado.
La raíz del problema
La pérdida de individualidad significa negación de libertad, es la búsqueda del Estado socialista donde nadie es responsable de sus acciones ni propiedad, de esta forma el Estado nos dice: "Yo me ocupo de todo, vosotros sólo tenéis que obedecerme para que todo funcione bien, si hay una crisis yo crearé una demanda artificial para reanimar la economía, si alguno de nuestros grupos de presión necesita más recursos para su subsistencia yo los alimentaré, si aumenta la delincuencia no os defendáis yo la combatiré, en fin, sólo tenéis que actuar como robots socialistas, como sirvientes míos en lo social y como simples homos oeconomicus en lo económico; no penséis, no actuéis sin mi consentimiento, yo os adoctrinaré con mis leyes, monopolios mediáticos, escuelas y universidades; sólo ser dóciles y mantenedme."
A igual que el programador informático, que hace un ordenador o programa a su medida, el Estado hace lo mismo con el individuo. Lo parametriza, le dicta las reglas, le prohíbe todo lo que puede hacer. En resumen, vuelve al individuo un robot, un ser cobarde e indefenso incapaz de actuar ante cualquier tipo de situación no planificada. El hombre ha perdido su esencia de ser humano, es decir, su individualidad. Ante la delincuencia no sabe como actuar, no tiene elección; sólo el Estado puede defenderle y cuando éste falla, cosa que pocas veces ocurre, entonces reclama un Estado más fuerte aún.
El mensaje del Estado ha tenido al final su éxito. Tal situación no sólo ha creado un ilimitado aumento de impuestos y endeudamiento de los gobiernos, sino que ha vuelto al hombre en un cordero inútil, cobarde e incapaz de defender lo suyo, al final, el hombre, ha acabado sucumbiendo al nefasto Socialismo estatista.
En consecuencia la sociedad, incapaz de despegarse de su verdugo al que ella considera su padre protector, pide soluciones estatistas, que lejos de solucionar la situación sólo la empeoran más. Para el ciudadano de hoy día la culpa de la delincuencia la tiene los inmigrantes que el Estado no ha adoctrinado; no se han integrado, es decir, no han perdido aún su personalidad y como remedio proponen crear lugares de acogida donde se les hagan lavados de cerebro en pro de una "sociedad moderna e igualitaria," la culpa de la delincuencia la tiene, también, los padres que omiten sus responsabilidades porque evidentemente no son ellos quienes han de educar a sus hijos, sino las escuelas públicas. También culpan a la justicia — confundiéndola con la ley — que efectivamente, sólo se adapta a los designios de los grupos de presión, y como solución proponen una ley más dura con todos, delincuentes o no; se pide más policía que controle la sociedad, más leyes que dicten cada acción del hombre.
Retorno a la seguridad
El problema es que la ley jamás podrá cumplir con la función que se le quiere otorgar, ¿o sí? La justicia existe y no la ley, cuando la seguridad se torna al campo privado: Las empresas privadas nos pueden dotar de mejor y más barata seguridad y justicia, y como no, además, sólo el hombre libre puede defender mejor que nadie lo que es suyo reforzando su individualismo y sentido de la propiedad privada. La solución a la delincuencia es reforzar la libertad individual; que el hombre vuelva a ser responsable de sus actos y de su propiedad.
¿Cómo disminuir la delincuencia pues? Dando mayor libertad a las empresas de seguridad privadas y al individuo singular. Sólo las empresas de seguridad privadas pueden garantizar nuestra seguridad y utilidad. La policía privada patrulla por las calles manteniendo una ciudad segura, la prueba la tenemos en algunas ciudades americanas donde sólo existe policía privada; ¡es menos costosa que la estatal y más eficiente! El índice de criminalidad y robos en estas ciudades es muy inferior a aquellas donde está el monopolio del Estado. Las que recientemente se convirtieron al sistema privado de seguridad vieron en muy poco tiempo reducida la criminalidad ahorrando costes a los ciudadanos y aumentando su nivel de libertad. Sólo las empresas privadas han sabido interpretar las auténticas necesidades de la sociedad inventando alarmas, sistemas anti–robo, creando seguros de robo, de secuestro…, guardas de seguridad, porteros… La seguridad no consiste en poner multas de tráfico, prohibir hablar con un móvil mientras se conduce, o evitar que algún joven se fume un cigarrillo de marihuana por la calle. Las empresas privadas no tendrían tal función — siempre y cuando esto no ocurriese en la propiedad de alguien que no permitiese tales actos — sino que su función sería proteger a sus clientes de posibles agresiones. Las escuelas tendrían su propia seguridad manteniendo lejos a los traficantes y bandas callejeras de los niños y adolescentes, las tiendas contratarían guardas que velarían por los comercios y clientes. Habría empresas de porteros privados que se ocuparían no sólo de adiestrar a sus trabajadores en el campo de la defensa, sino también en la relación con el cliente (tan diferente a la prepotencia policial), patrullas profesionales en cada ciudad. Y todo ello orquestado por la libre competencia que siempre favorece tanto a empresario y consumidor.
La inevitable pregunta que surge es ¿cómo es, pues, que tales empresas no existen, o son muy débiles? La respuesta es que el gobierno sólo pone impedimentos legales a tales empresas y que, además, la demanda queda muy difuminada por el propio monopolio que el Estado crea, ¿por qué pagar por algo, que aun siendo de mejor calidad, lo tengo "gratuitamente"? Evidentemente ninguna necesidad real es gratuita; el elevado coste de la policía pública queda olvidado con la tácita recaudación de impuestos. El individuo no tiene idea alguna de lo que realmente está pagando por el mantenimiento de una policía nacional y regional (sin contar los costes de transacción que derivan de este proceso). Además, la potencial demanda no se ha planteado semejante alternativa debida a la totalitaria y sesgada educación que ha recibido del Estado. Pero cuando, por otra parte, la oferta sí lo ha hecho el gobierno la ha prohibido o restringido inventando leyes para poder mantener su monopolio y dictámenes.
Todo y así, siendo aún débil el sector de la seguridad privada sus beneficiosos resultados son irrefutables. A modo de ejemplo, recientemente hubo una ola de robos en las joyerías de la ciudad de Madrid. Tras las quejas de este sector, y la tradicional ineficiencia con la que sólo la administración pública puede responder, al final los joyeros decidieron contratar empresas de protección privadas. Los resultados no tardaron en mostrarse; la delincuencia bajó casi en un 90 por ciento y no sólo en las joyerías, sino también en los barrios donde se concentraban las joyerías.
Pero aún hay más soluciones; cada individuo ha de tener la capacidad efectiva de poderse defender de las agresiones por él mismo; efectivamente el hombre ha de poder ir armado si así lo considera. Como encarecidamente ha demostrado John Lott una sociedad con la capacidad de ir armada crea menos delincuencia, sólo tenemos que comparar los países donde hay libertad y armas y sus países vecinos que deniegan esta libertad. En Suiza (país donde hay un alto nivel de armas por habitante), en 1995, tuvo un 40 por ciento menos de criminalidad que Alemania y Nueva Zelanda mantiene un índice de asesinatos mucho inferior, año tras año, que su vecina Australia. Ninguna ley puede prohibir el principio natural de la defensa propia, las leyes que se enfrentan a tal derecho son absurdas y ofensivas. Su única intención es controlar más aun al hombre libre; un hombre armado es un hombre capaz de defenderse a él mismo y a aquello que es suyo. De igual forma, tampoco tiene sentido alguno la prohibición de las milicias urbanas que velan por su propiedad privada y barrio sin ningún coste para el resto de la sociedad manteniendo la seguridad que el Estado es incapaz de garantizar.
En resumen, las posibilidades son inmensas. El Estado jamás nos librará de la inseguridad ciudadana, sólo el propio individuo y el empresario de seguridad saben entender las necesidades reales. Este sistema es la grandeza del Capitalismo: Puede cubrir cualquier necesidad real de la sociedad al mejor precio, siempre determinado por el cliente. Cada individuo ha de saber resguardar su propiedad por sus medios, ya sean emanados de él mismo o de la empresa privada a la que paga. La finalidad de los gobiernos, por el contrario, no es proteger, sino recaudar y aumentar su fuerza.
Aclárate. Publicado: 15-NOV-2009.