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La bancarrota ideológica

Por NICOMEDES ZULOAGA

Este artículo de Zuloaga fue publicado por La Esfera en el inicio de los tiempos de la democracia socialista del puntofijismo (LE 11-OCT-1962). Los venezolanos no aprendieron entonces, pero lo que es peor, aún se niegan a aprender.

Dentro de pocos días se cumplirá el cuarto aniversario del último proceso electoral. Ante la proximidad de esa fecha y los graves acontecimientos que vive el país, parece oportuno hacer un análisis de la situación ideológica de los diversos partidos políticos. Es bueno recordar que son las ideas y no los hombres las que tienen importancia a largo plazo. Son los programas políticos de las diversas tendencias los que, a las corta o a la larga, condicionan realmente la vida nacional.

Hace apenas cuatro años, la campaña electoral de 1958 estaba en su apogeo. Tres candidatos se discutían el favor mayoritario de los venezolanos para sentarse en la silla presidencial. Cuatro "partidos" se discutían el favor mayoritario de nuestro pueblo para llevar sus representantes al Congreso Nacional y demás cuerpos deliberantes. Veamos cuáles eran sus ideologías.

Al comenzar el análisis hay un primer factor que salta a la vista: La ideología era prácticamente la misma. Los cuatro propugnaban una reforma agraria. Los cuatro una política petrolera nacionalista que nos libertara de nuestra posición pasiva en la explotación de la primera gran riqueza nacional. Los cuatro una política de "industrialización" a marchas forzadas que nos condujera lo más pronto posible a "producir todo lo que consumimos," liberándonos así de la "explotación de los países industrializados" que nos compran a precios ínfimos nuestras materias primas para devolvérnoslas transformadas a precios elevadísimos. Los cuatro eran partidarios de un "cambio de estructuras" para destruir para siempre esa injusta ordenación económica feudal que mantenía a nuestro pueblo en la miseria. Cada uno se consideraba como "el instrumento más idóneo para llevar a cabo la revolución nacional democrática, con todo lo que ésta significa en los dominios económico, social y político." En suma, cada uno se consideraba más capaz de llevar a cabo "una obra de gobierno más audaz, más enérgica y más decisiva" en el período constitucional. Y este denominador común estaba aderezado, según la competencia personal del líder, con una demagogia tropical más o menos emotiva.

En lo que se regería al sistema de sufragio, todos estaban de acuerdo. Cada uno de ellos era más "democrático" que el otro, tomando la democracia en ese sentido vacío en que la interpretan los actuales ductores de la política exterior de Estados Unidos, es decir, como sinónimo de la votación popular.

Mucha agua ha corrido bajo los puentes en los cuatro años que hemos vivido de gobierno constitucional. Las fuerzas políticas que propugnaban la "revolución de ritmo lento," originalmente asociadas en un pacto político tricolor, fueron tomando rumbos distintos, estratificándose según la velocidad propugnada por cada sector en el proceso revolucionario, estratificación catalizada y acelerada por el surgimiento en América del Castrocomunismo. Los comunistas criollos, que apoyaron decididamente a Wolfgang Larrazabal contando con su maleabilidad o al menos porque resultara más fácil de tumbar que Rómulo Betancourt, al verse derrotados y execrados del pacto del poder, tomaron desde el comienzo el camino de la oposición y de la educación. Se infiltraron decidicamente en liceos y universidades aprovechando el buen nombre "democrático" que allí habían ganado en la labor subversiva de 1957, y desde el triunfo del Castrocomunismo tomaron el "Camino de Yenán," organizando una resistencia beligerante y explosiva y negando las virtudes del sufragio. Los amarillos, como siempre sin ideología propia ni siquiera para los detalles, compartieron el poder mientras creyeron en la capacidad y competencia administrativa del partido triunfador, pero abandonaron el barco apenas se comenzó a sentir el olor de la crisis. En otras palabras, compartieron el poder porque no podían quedarse marginados en el triunfo, que ellos daban por descontado y que traería la aplicación en función de gobierno las mismas tesis sostenidas por ellos. Es decir, de ese "denominador común" del cual hablábamos hace un rato. Al constatar su fracaso corrieron a pactar con los rojos o rosados e hicieron coro a los comunistas al denunciar la incompetencia y la lentitud del equipo de gobierno como causas del fracaso. Su crítica, así como la de los diversos grupos disidentes del partido blanco, puede resumirse en una sola frase: "Lentitud en el proceso revolucionario."

Y mientras todo esto ocurre ¿qué pensarán hoy los independientes venezolanos? ¿Qué pensará esa inmensa mayoría del electorado venezolano que no milita en ningún partido? Si ante la avalancha subversiva el Presidente decidiera tomar un camino "degaullista" y convocara a elecciones, ¿por quién votaría la mayoría de los venezolanos? ¿Volverían a votar por una ideología en bancarrota? ¿Volvería a comulgar con ruedas de molino? ¿Volvería a creer en que la solución de nuestros problemas radica en una reforma agraria? ¿En la producción de todo lo que consumimos? ¿En impedir que nuestro petróleo se explore? ¿En otro "cambio" de estructuras? ¿En otra Ley de Regulación de Alquileres? ¿En otra Constitución más socialista? Yo creo que no. Cierto es que nadie experimenta en cabeza ajena, y nosotros los venezolanos hemos experimentado en cabeza propia. Para el venezolano honesto que gana el pan con el sudor de su frente. Para el venezolano que tiene interés real en el futuro de la patria. Para quien tiene hijos que educar. Para Juan Independiente, está clarito. ¿Verdad?

Aclárate. Publicado: 10-FEB-2010.

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